jueves, 22 de septiembre de 2016

¿Qué más da?


Hace un tiempo, y no hace tanto, me sentí desaparecer.
Pasaba poco a poco. De repente ya no me reía como antes. Me costaba un poco más dormir. Me desconcentraba en mitad de mis películas favoritas. Perdía la mirada en los libros, sin saber muy bien qué era lo que tenía que hacer.
Y, de repente un día, no sé cómo ni por qué, me di cuenta.
Me fijé en la desconocida que me devolvía la mirada desde el otro lado del espejo. Esa muchacha ojerosa y triste, con el pelo revuelto y el alma del revés. Y no supe quién era hasta que me empecé a mover y sentí que me seguía por la habitación, o tal vez la seguía yo a ella. A saber.
Recuerdo que me pasé la mano por el brazo, subí hacia el cuello, y la volví a bajar. Comprobé que seguía ahí. Aún seguía ahí. Y ese "aún" se merecía algo más que tener que observar cómo mis sueños se derretían en la oscuridad, mancillando mi pequeño universo de música y soledad, llevándose consigo las pequeñas cosas. Los paseos matinales. Las cervezas con amigos. Las noches manoseadas y mil veces leídas.
La vida que me atreví a soñar.

- Si tu cuerpo te pide un cambio, dáselo - dijo mi amiga, entre cerveza y cerveza, sacándome de mi cabeza, desentrañando mi mirada con las palabras que no decía, con las risas que hacía meses que no me echaba. 
 
Me miré a mí misma desde sus ojos. Un par de días antes de sentarme en la mesa de siempre a contar los mismos chistes que seguimos contando desde que tenemos dieciséis años, volví a no reconocerme en el espejo. Pero habiendo vivido lo vivido, supe reconocerlo por lo que era, y no lo confundí con haber tenido un mal día, o con sentirme un poco frustrada o sola o lo que sea que nos decimos a nosotros mismos cuando sabemos que algo está mal pero no queremos confrontarlo. Y nos estrujamos las manos en la oscuridad, y nos da miedo pensar que nos merecemos algo más. Pero es que nos merecemos algo más. Mucho más. Para empezar, nos merecemos ser nosotros mismos.
Así que si tu cuerpo te pide un cambio, dáselo. Porque el cuerpo es sabio, y a veces es el único termómetro emocional con el que podemos contar. Esas ojeras no son de cansancio. Ese dolor de estómago no es de haber comido algo malo. Esa falta de aire no es sólo un poquito de estrés.
Y si has tenido la suerte de darte cuenta, si has sido el afortunado que ha parado de fingir, que se ha mirado al espejo y ha visto que no se veía en su reflejo, y ha sentido ese vértigo y se ha atrevido a llamarlo por su nombre… Si has sido el loco iluminado que se ha bebido de un trago su realidad, ardiente y espesa, sin edulcorar…, no te lo pienses demasiado y rompe con lo que sea que te esté rompiendo. Déjalo ya. No te estás rindiendo: estás dándote otra oportunidad.
Mándalo todo a la soberana mierda, y vuelve a empezar. Porque “lo peor que podría pasar” ya te está pasando, así que ¿qué más da?

2 comentarios:

  1. Al final lo más complicado es enfrentarnos a nosotros mismos y, a la vez, atrevernos a darnos cuenta de que, como dices, merecemos más.
    Me ha encantado. ¡Que viva la gente perdida!

    ResponderEliminar
  2. Me he sentido identificada, me pasó algo parecido y dado todo lo que perdí, me decidí hace un tiempo a cambiar. El tiempo de transición ha sido este verano y, aunque reconozco que sigo cambiando, ya se va notando. Cambiar es bueno, siempre y cuando sea para bien.

    ResponderEliminar